Era mediodía. El sol estaba alto,
Y alto estaba yo, con esa niña mirándome
Con ojos de picardía; se estaba moviendo,
Incómoda, en la arena, ajustando
El bañador, poniéndolo en su sitio
Y fuera de él. Y, sobre todo, lamía
Un blanco helado, que, derritido,
Caía de sus labios, endulzando sus senos.
Y ella, al darse cuenta, reía,
Y miraba mis ojos, curiosa y juguetona,
Sabiendo que nos separan
Un par de metros y años de mediodías.
Mi dulce niña, seguro que no sabías
Que tu helado en muchas tardes me ha servido,
Y, sin haberte tocado ni haberte tenido,
A tu gloria he dedicado muchas corridas.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario